Hablamos hoy de un libro de viajes especial, a medio camino entre la crónica, la guía de viajes y el trayecto personal que siempre supone salir fuera de casa en busca de nuevos horizontes. Rosa Montero efectúa en Estampas bostonianas una aproximación a diversos destinos que ha recorrido a lo largo de su trayectoria como periodista. En ella encontramos el peculiar estilo de la autora, a medio camino entre la pura información y las apreciaciones personales. Una de partida: las fronteras más definitivas son las interiores. Y un viaje siempre acaba por mostrárnoslas, por hacernos ser otros, por demostrarnos que el tiempo pasa inevitablemente y que, cuando ha transcurrido y pisamos de nuevo un lugar que creíamos conocer, ese lugar ya no existe porque es diferente. De hecho, al final de cada relato se incluye siempre una breve reseña en la que Montero, años después de haber visitado los países de los que acaba de hablar, ofrece su perspectiva sobre los cambios que en ellos se han operado.
Entre los destinos visitados por la autora podemos mencionar Iraq, Australia o el propio Boston, que da título al libro. La periodista visitó Iraq en 1979. Los cambios desde entonces hasta la actualidad han sido para peor. El país que conoció a finales de los setenta era modesto pero se cumplían unos niveles mínimos de bienestar de los que hoy en día se carece. Con su crónica sobre Boston, Montero nos presenta a un país, Estados Unidos, de lo más peculiar para el que viene de fuera. El tono amable en la narración se mezcla con lo ácido, presentándonos una sociedad amable y hospitalaria pero en exceso encorsetada. El viaje a Australia nos conduce hasta Broken Hill, una población que albergó la mina de plata más importante del país a principios del siglo XX pero que con el agotamiento del mineral ha entrado en una inexorable decadencia. Desde este lugar remoto reconstruye la historia de Australia, un lugar mínimamente poblado en el que el hombre está en lucha permanente con un entorno hostil.
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