Se sabe que Francia es un país hermoso. Y hermosos son sus pueblos. Los pequeños pueblos del interior de Francia acogen parte del paraíso terrenal, son maquetas que parecen de juguete, en fin, toda una ocasión para conocer la Francia profunda.
Y entre estas pequeñas ciudades, estas pequeñas joyas, quizás la más grande sea en tamaño y hermosura sea Albi, ciudad cuna del catarismo y del pintor Tolouse Lautrec.
Y es que llegar a Albi es como meterse, vivir, una fotografía antigua en la que las tonalidades ocres y rosas tiñen muchas de las fachadas de la ciudad. Ni la catedral-fortaleza, el antiguo puente o la arquitectura renacentista de los palacios repartidos por el Vieil Alby se salvan de este color que le da un aire de anochecer a toda la ciudad. Si hoy se puede decir que la ciudad es la capital de todos los matices del rojo, en el siglo XV Albi ya era famosa por ser la capital del azul gracias a la Isatis Tinctora, planta de la cual se obtenía una valiosa tintura.
Aún así, Albi esconde más atractivos. Como hemos dicho es la cuna del catarino, famoso movimiento cristiano que se extendió por el sur de Francia y que, hacia el siglo XII, cruzó los Pirineos para quedarse en Aragón y Catalunya.
La Catedral tampoco se puede perder. Erigida en el siglo XIII y pensada más como fortaleza por el inquisidor Bernard de Castament, fue testimonio de la fe cristiana tras la herejía cátara. Pese a la aparente austeridad del templo, la catedral está llena de galerías donde estatuas y bóvedas interiores hacen del lugar el mayor conjunto pictórico del Renacimiento italiano en Francia. Al lado del puente y formando un baluarte defensivo junto a ésta, el palacio de la Berbie asoma sus jardines como uno de los lugares más acogedores de Albi.
Foto Vía: World Tour Orion