Desconocido por el mundo occidental hasta el siglo XX, el Tibet siempre ha sido sinónimo de misterio. Cuando lo visitéis, inmediatamente os sobrecogerá la belleza natural y celestial, abrumados por una atmósfera religiosa y mística. Será un viaje que purifique vuestra alma, así como una especial manera de descubrir la naturaleza y la cultura excepcional que marcan estos límites. Desde las impresionantes ceremonias budistas en los magníficos monasterios de las montañas sagradas del Himalaya, el Tibet, el techo del mundo, ofrece a cada uno de sus visitantes un recuerdo imborrable.
Uno de los símbolos del Tibet es el majestuoso Palacio Potala, encaramado en la parte superior de Marpo Ri Hill, en el centro de la ciudad de Lhasa. Es obligatorio acercarnos hasta él, ya que es el centro religioso y político del Tibet, antigua residencia del Dalai Lama y lugar sagrado en el corazón de los tibetanos.
Entre las montañas nevadas y las profundas quebradas existentes entre el Tibet y Yunnan, hay algunos senderos misteriosos que recorren las sinuosas laderas de la montaña, algunos de ellos tallados en los propios acantilados, formando parte de una de las zonas más peligrosas e inaccesibles del mundo. Estos senderos han sido llamados desde antiguo los Tea Horse Road.
Son caminos que se inician desde Sichuan y Yunnan, provincias al sudoeste de China. Corren a lo largo de las estribaciones orientales y los profundos cañones de varios de los principales ríos que abarcan en el Tibet las dos mesetas más altas de China, el Qinghai Tibet y la meseta Yunnan Guizhou. Estos caminos llegan finalmente a la India, al sur del Himalaya.
Si nos remontamos a la dinastía Tang (618-907), el pueblo tibetano gustaba mucho del té, ya que comían alimentos ricos en altas calorías, tales como la mantequilla, la carne de vacuno y de cordero, pero consumían muy pocas hortalizas. El té no sólo les ayudaba a digerir la pesada carga de la digestión de aquellos alimentos, sino que también les reportaba las vitaminas necesarias.
Los tibetanos no bebían el té directamente, sino que lo mezclaban con mantequilla de yak y se convertía en un té salado que aún hoy os pueden ofrecer en cualquiera de las aldeas de la región. Sin embargo, la situación medioambiental no permitía el cultivo del té en el Tibet. La cercana Yunnan era la principal suministradora, de ahí que los caminos se llamaran Tea Horse Road, y fueran cruzados por cientos de comerciantes con sus cargas de té.
Por tanto, los caminos del Tea Horse Road desempeñan un papel similar, salvando las distancias, claro, a la Ruta de la Seda, y forma parte de uno de los comercios internacionales más paradisíacos, y quizás de los menos conocidos. Camino de riqueza, de intercambio cultural entre los tibetanos y los chinos, que facilitó la propagación del budismo en el gran gigante asiático.
Incluso hoy, cuando los visitantes se adentran por los caminos del Tea Horse Road, pueden sentir el espíritu, la valentía y la sabiduría que han cruzado esta carretera. Es una verdadera maravilla que nos han legado nuestros queridos y venerados antepasados.