Viajar a Escocia es una experiencia que todo viajero debería disfrutar al menos una vez en la vida, aunque si lo hacemos, el cuerpo nos pedirá repetir. A poco que busquemos, este magnífico país nos seducirá con sus atractivas tradiciones, con la amabilidad de sus gentes y, claro está, con la variedad y espectacularidad de su paisaje. Ya sea mediante un vuelo a Glasgow o a Edimburgo, sus dos aeropuertos principales, tendremos la oportunidad de descubrir ciudades diferentes, parajes naturales de postal y el carácter abierto y amigable de sus habitantes.
Uno de las actividades que más auge está teniendo en Escocia en los últimos años es el «turismo verde», una modalidad orientada a conocer y salvaguardar el patrimonio natural de una determinada zona geográfica, con la que podemos pasar unas vacaciones inolvidables y, además, ayudar a conservar especies protegidas o paisajes amenazados. En la isla de Mull, por ejemplo, podemos hacernos a la mar para observar ballenas en su hábitat natural. En la central eléctrica de Ben Cruachan se puede aprender sobre el funcionamiento de las energías renovables y limpias.
Entre visita y visita a alguna de las muchas destilerías de whisky repartidas por toda su extensión, podemos alojarnos en algún establecimiento rural, entre preciosas colinas verdes y granjas orgánicas certificadas, o colaborar con el National Trust for Scotland, que organiza estancias en las Highlands que combinan tareas de reparación de caminos, paseos en kayak o por el bosque, esquila de ovejas y participación en fiestas locales.
Otras actividades originales son los deportes de aventura, las rutas gastronómicas especializadas en productos ecológicos y orgánicos, excursiones de pesca sostenible, recolección de hierbas, frutos silvestres y setas, acampadas o visitas culturales como la que podemos realizar al Scottish Crannog Centre, una reconstrucción de la forma de vida y costumbres locales en la Edad del Hierro.
Foto: jetheriot