Un vuelo a Sydney es, por sí solo, una aventura atrayente para cualquier viajero que se precie. No hay nada comparable a la sensación de haber llegado al otro lado del globo, y además, aunque el viaje sea largo y pesado, el destino merece realmente la pena, abriéndonos la puerta a todo un continente lleno de lugares asombrosos, paisajes espectaculares y un carácter único.
En efecto, Sydney, capital del estado australiano de Nueva Gales del Sur, ofrece al recién llegado un aspecto impresionante, con grandes rascacielos y monumentos reconocibles a primer golpe de vista, como la famosa Opera House, obra del arquitecto danés Jørn Utzon, ganador del premio Pritzker en 2003. La ciudad más grande de Australia es, de hecho, considerada una de las más bellas del mundo por su arquitectura y por la belleza de su entorno natural, puerta de entrada a los más diversos paisajes, desde el desierto hasta la selva tropical y las montañas.
Algunas de las visitas imprescindibles son el puente Harbour Bridge, que se puede recorrer gratuitamente a pie o en bici; la mencionada Opera House, incluida en el Patrimonio Mundial de la Unesco, Darling Harbour, uno de los puntos turísticos más destacados, por la cantidad de museos, restaurantes y comercios que lo pueblan; las playas de Condi, Manly, Coogee, Cronulla o Wattamolla; o lugares como el Australian Reptile Park, donde podemos disfrutar de las increíbles especies animales autóctonas a corta distancia de la capital.
También vale la pena visitar el Acuario, uno de los más destacados del mundo, realizar uno de los numerosos tours en ferry que nos permitirán disfrutar de la ciudad desde un punto de vista diferente, pasear por el Parque Olímpico, extasiarse con las vistas desde las alturas de la Sydney Tower, de 305 m de altura, o incluso enrolarse en uno de los barcos que, desde Darling Harbour, nos permitirán avistar ballenas en sus rutas migratorias, una experiencia inolvidable.
Foto: Mike Gouline