Y no, no nos referimos precisamente a la sensiblera película en que Winona Ryder y Richard Gere comparten romance con final lacrimógeno. La verdad es que la estación previa al invierno es una de las mejores épocas para visitar la ciudad de los rascacielos. Sin llegar a las bajísimas temperaturas que se pueden registrar en la Gran Manzana en los meses más fríos del año, con nevadas que pueden hasta paralizar la ciudad, el otoño nos ofrece quizás las mejores condiciones para una visita lo más agradable posible.
Pasear por Central Park en el momento en que la mayor parte de los árboles empiezan a prepararse para el frío es algo sólo incomparable. Un paisaje así, en medio de una gran ciudad es casi imposible de encontrar en otro lugar. Si hemos viajado a Nueva York durante el verano, ya sabremos por experiencia que, aunque a veces las épocas vacacionales no permiten otra cosa, la ciudad se convierte en un verdadero horno, con días de muchísima humedad y con el breve consuelo de alguna que otra tormenta pasajera, que no hace más que reavivar la intensidad del calor.
El invierno tiene su momento: la Navidad y el paso del viejo al nuevo año, que en la capital del mundo tienen una gran tradición y ofrecen al visitante experiencias apasionantes. Pero si lo que queremos es recorrer la ciudad con tranquilidad, sin los agobios de las épocas más, digamos, comerciales, los meses de septiembre a noviembre son los mejores. Temperaturas agradables, ambiente normalmente seco y soleado, y menos masificación que en las épocas de mayor afluencia turística.
El hecho de planear una ruta por lugares emblemáticos como el Empire State Building, el MoMa, los barrios más típicos fuera de la isla de Manhattan o los miles de atracciones que ofrece esta maravillosa metrópolis, se nos hace más sencillo, cómodo y práctico si no hemos de pasar agobios, una circunstancia que nuestros pies agradecerán y que convertirá nuestras vacaciones en algo para recordar.
Foto: Ed Yourdon