Heidelberg es como una ciudad de cuento, un estupendo destino si decidimos coger uno de los vuelos baratos hacia Alemania. A orillas del río Neckar y rodeado por hermosos y espesos bosques, la que en su tiempo fuera capital universitaria del Palatinado, hoy día se extiende como una mancha ocre y rojiza bajo las ruinas del antiguo castillo.
En la medida que nos adentramos hacia el centro urbano, lo que en una primera vista parecía un cuadro, veremos que en realidad cobra vida. Un hormigueo de turistas, una mezcla de idiomas y un trasiego imparable de estudiantes y bicicletas pueblas las angostas callejuelas del casco antiguo de Heidelberg.
La bucólica estampa que veíamos a primera vista, dentro nos encontraremos en que es una ciudad joven, bulliciosa y artística que exhibe orgullosamente su matriz universitaria. Y es que en esta ciudad la cultura es algo más que lo normal, es algo con lo que sus gentes han aprendido a convivir desde que el lejano Ruprecht I, príncipe del Palatinado, fundó la Universidad en 1386.
En las aulas de esta centenaria universidad han enseñado personajes del nivel de Hegel, Planck o Jaspers, y hoy día es importantísima en lo que se refiere a las investigaciones científicas. La condición estudiantil es el primer factor condicionante de la fisonomía urbana. Para muchos, la ciudad de Heidelberg es el lugar donde transcurre la opereta de Sigmund Romberg, “El príncipe estudiante”, que se representa todos los años al lado del castillo y al que las manos de Hollywood lo convirtieron en latino.
La verdad es que uno de cada cinco habitantes de Heidelberg es universitario y el ritmo de la ciudad sigue el calendario académico. Y el ocio también. El lugar está lleno de bares, salas de conciertos y centros de esparcimiento, con lugares que mezclan divertimiento y estudio y una “cárcel de estudiantes” donde hasta 1914 se castigaba a los alumnos que no cumplían con la ciudad, mientras que hoy, por suerte no es nada más que un atractivo turístico.
Foto Vía:Reinhard Kraasch