La isla de Lanzarote es conocida en todo el mundo por su maravilloso paisaje, por su geología volcánica y su clima templado durante gran parte del año, pero también tiene muchos otros aspectos atractivos para el visitante, como por ejemplo su particular gastronomía, dominada por los productos autóctonos nacidos de su agreste tierra y generoso mar.
La naturaleza ha dotado a esta pequeña maravilla de las Canarias de un entorno natural merecedor de la designación por la Unesco como Reserva de la Biosfera, además de espectaculares playas cada día más frecuentadas por viajeros de las más diversas procedencias, pero sus activos más valiosos también pasan por la cultura, contando con más de 15 museos y galerías de arte y, sobre todo, por la tradición gastronómica que sus habitantes mantienen viva como un valor a conservar y potenciar.
De esta manera, en un viaje a Lanzarote no puede faltar alguno de sus platos típicos, a cual más sabroso, como el cabrito conejero, el caldo de millo con garbanzos o el compuesto de jareas de viejas. Si en algo destacan la mayor parte de las recetas de la isla es en la sencillez de su preparación y también por las múltiples influencias y aportes culturales que han recibido a lo largo de los siglos, partiendo de la base de la cocina aborígen y extendiéndose con rasgos procedentes de la cocina española tradicional y algunas prácticas e ingredientes típicamente sudamericanos.
La cocina de Lanzarote se distingue por la calidad de las materias primas utilizadas, tales como carnes, pescado fresco, verduras y hortalizas y el omnipresente aceite de oliva, además de contar con apreciados vinos y productos lácteos, especialmente quesos y postres como los panes de maní y los roscos de alma. Las papas arrugadas son probablemente el plato más popular, acompañadas siempre del tradicional mojo (rojo o verde), aunque también vale la pena probar recetas menos conocidas, como los tollos, el frangollo, el conejo al vinagre de La Geria o el escabechado de atún.
Foto: Martin Cox