Alicante, llamada ciudad de la luz, tiene sus orígenes radicados firmemente en la antigüedad. Griegos y fenicios se aventuraron hace ya milenios a cruzar el Mediterráneo en busca de rutas comerciales y con afán de exploración. Encontraron en este lugar uno de los elegidos para establecer uno de sus puertos, amparado en la montaña blanca que aún hoy preside, inamovible, la ciudad.
Hoy en día, son todavía muchos más los que se acercan a esta ciudad y sus costas, con intenciones bien distintas de las de los antiguos: visitantes llegados en vuelos procedentes de todo el mundo se acercan aquí en busca del sol, de la fantástica gastronomía local o de las infinitas posibilidades de ocio y esparcimiento que ofrece, entre otros muchos atractivos.
Alicante posee, además de su posición privilegiada como capital de la Costa Blanca, un patrimonio monumental muy relevante y equilibrado para su reducido tamaño, y bien vale la pena acercarse a admirar sus joyas arquitectónicas, civiles y religiosas, que nos hablan de un pasado lleno de historia. Palacios, iglesias, castillos, ermitas y conventos recorren estilos como el Gótico, el Renacimiento, el Academicismo, el Eclecticismo, el Modernismo, y un largo etcétera que incluye algunos ejemplos de la actualidad constructiva contemporánea.
Entre los puntos de interés más destacados, que podemos recorrer en uno o dos días sin problemas, dada su proximidad, destacan, por ejemplo, la Casa de la Ciudad, la Basílica de Santa María, el Convento de las Hermanas de la Sangre, la Iglesia de San Nicolás, el Teatro Principal, donde se conservan perfectamente documentados los restos óseos y materiales de una antigua necrópolis romana. No nos podemos perder tampoco lugares como el Castillo de Santa Bárbara, que ocupa la cumbre y parte de la ladera del Monte Benacantil, o el Castillo de San Fernando, que se alza, en cambio, en el monte Tossal.
Foto: bea y fredi